El legado de Maimónides – Capitulo 1

I. La vida en el Siglo XII

Despertar de Europa hacia el siglo XII

Muerto Carlomagno en 814, el vasto imperio que había conquistado pasó a manos de su hijo Ludovico Pío el cuál no pudo impedir las guerras intestinas y a su muerte la guerra entre sus hijos (Luis y Carlos) se encarnizó más y mediante el Tratado de Verdún, firmado en 843, por el cual se distribuían los territorios imperiales. A Luis le correspondía la región del Este del Rin (Germania) y a Carlos la región del Oeste del Rin (Francia). En cada una de esas regiones empezaron a hacerse sentir cada vez más intensamente la fuerzas disgregatorias. Los reyes carolingios perdieron progresivamente su autoridad, debido en gran parte a su impotencia. Una de las razones más importantes fué la aparición de nuevos invasores que asolaron la Europa occidental desde el siglo VIII y especialmente desde el IX. Los nuevos invasores fueron los musulmanes, los normandos, los eslavos y los mongoles. Los musulmanes poseían el control del mar Mediterráneo y operaban desde los territorios que poseían en el norte de Africa y España. Los normandos constituyeron estados vigorosos en la cuenca del Báltico y de ahí al sur. Los eslavos asolaron las zonas orientales de la Germania y finalmente los mongoles se instalaron en la actual Hungría.

El saqueo y la depredación fueron precisamente los rasgos característicos de estas segundas invasiones que la Europa occidental sufrió durante la Edad Media. Defendidas las diversas comarcas por una nobleza guerrera, no podían apoderarse de ellas con la misma facilidad con que en el siglo V lo hicieron los germanos con el Imperio Romano; pero la falta de organización, la autoridad por mantener los reyes y sobre todo las dificultades técnicas, especialmente en materia de comunicación, hicieron que esa defensa, aunque suficiente para impedir la conquista, fuera ineficaz para acabar de una vez con la amenaza de las incursiones de saqueo.

El feudo se caracterizó por ser una unidad económica, social y política de marcada tendencia a la autonomía y destinada a ser cada vez más a un ámbito cerrado. El vasallaje suponía la admisión de una relación de dependencia política, pues el vasallo era automáticamente enemigo de los enemigos de su señor y amigo de sus amigos, hasta el punto de que no se invalidaban los compromisos derivados del vínculo ni siquiera por los lazos del parentesco. El contrato feudal tenía dos fases. En la primera se establecía el vínculo del beneficio, mediante la investidura o entrega de un objeto que representaba simbólicamente la tierra que el beneficiario recibía. En la segunda, se establecía el vasallaje por el juramento de homenaje que hacía el futuro vasallo a su futuro señor, besando su mano o poniendo la suyas entre las de él. Como cada señor podía hacerse de vasallos entre otros menos poderosos que él que aceptaran parte de las tierras que él tenía, llegó a crearse un sistema jerárgico que habría de ser una de las características de la sociedad de la época.
Las clases no privilegiadas eran la de los campesinos libres y la de los siervos, el campesino tenía la posibilidad de cambiar de amo mientras que el siervo estaba atado a la gleba y formaba parte de ella hasta el punto de ser transferido con todo y tierra.

La sociedad feudal empezó a trazar los rasgos característicos de su organización en la época de los reinos romanogermánicos y del Imperio Carolingio, pero sería en el transcurso del siglo IX cuando habría de adquirir su fisonomía precisa, que perduraría hasta el siglo XIII. La sociedad feudal era una organización basada en la desigualdad. En la península Ibérica crecían entretanto los reinos de Castilla y Aragón y se formaba el de Portugal. El reino de Castilla habíase formado por el progresivo desarrollo del pequeño reino asturleonés que se estableciera en las montañas del noreste al producirse la invasión musulmana; en la paulatina reconquista, la meseta castellana había adquirido cada vez más importancia por su proximidad con los estados musulmanes. A fines del siglo XI, los cristianos habían avanzado hasta el Duero y se acrcaban poco a poco hasta las orillas del Tajo. Alfonso tomó allí la ciudad de Toledo (1085), y aunque después sus huestes fueron batidas por los almorávides que vinieron en auxilio de los musulmanes españoles, la plaza fuerte fué mantenida. Poco después se separó de su reino el condado de Portugal, que se transformó en un reino autónomo, cuyo reyes de origen borgoñón lograron expulsar prontamente a los infieles de su suelo. Mientras el reino de Aragón, constituido en la antigua marca carolingia de España, se extendió progresivamente por las costas del Mediterráneo.
Así crecieron y se organizaron las monarquías occidentales durante los primeros tiempos de la época feudal, en medio de una constante lucha interna entre los señores que defendían su realeza. En esta lucha la corona comenzó a buscarse aliados, y los halló muy muy pronto en la burguesía y que empezaría a constituirse en las ciudades, protegida por los reyes (13).

Formas de vida hacia el siglo XII

En la formación social de la Europa medieval se encuentran las poderosas corrientes procedentes de las costumbres tribales, familiares y de linaje de los mundos greco-romano, céltico, germánico y escandinavo; en unos lugares se fusionaron y en otros se opusieron. La familia es el marco principal fundamental, donde se refugian los individuos, donde se confrontan los sexos, donde se sientan las bases de la actividad económica primaria. En primer lugar el siglo XII se individualiza la noción de la nobleza, de caballería, mientras se desarrolla la del vasallaje. Existe una poderosa corriente literaria y política para demostrar la pureza y la gloria de las familias dominantes.

Mientras el hábitat esencialmente rural, seguía siendo inestable e incluso intinerante. La casa es la célula económica de base, en el campo de la producción sigue siendo familiar es decir, el agrupamiento es la familia y el hogar. Pero el señor debe no solamente vivir, sino vivir bien, derrochar, gastar, aparentar y distribuir, es decir llevar una “vida noble”. La nobleza no es siempre una categoría jurídica bien determinada sino una clase social cuya riqueza es el denominador común. La libertad, la herencia de sangre, la pertenencia de un linaje excepcional, el derecho y el valor militar, todo esto aparece mezclado, lo que justifica la poderosa corriente de investigaciones genealógicas (14).

Desde la caída de los oméyades, el centro del califato musulmán se había desplazado hacia la Mesopotamia y el Irán, de donde sacaban sus fuerzas los nuevos señores, que por el fundador, Abul Abas, se llamaría abasidas. Al cabo de algún tiempo los nuevos califatos emprendieron la fundación de una nueva ciudad que debía ser la capital del vasto imperio, Bagdad, a orillas del Tigris, en la que brilló toda la grandeza y el esplendor de los poderosos autócratas y revivieron las tradiciones persas de los sasánidas. Si ese legado pudo advertirse en la literatura y las artes, no se menifestó menos en la organización del califato. Que se calcó sobre las viejas costumbres persas. Contribuyeron a ello, especialmente, los funcionarios de la nueva burocracia, provenientes de las viejas familias iranias, que llegaron a crear castas hereditarias, especialmente una en cuyo beneficio se hizo el cargo de visir, con lo que buena parte del poder volvió al pueblo antiguamente sometido.

En España, el emirato de Córdoba alcanzó su mayor desarrollo en la época de Abderramán III (912-961). Hasta entonces los oméyades españoles se habían resistido a quebrar definitivamente la unidad del califato, a caso porque esperaban conquistarlo apoyándose en su legitimidad. La declinación del califato de Bagdad comenzó a fines del siglo IX, por la creciente influencia que alcanzaron la fuerzas mercenarias que constituían el principal apoyo de los califas. Después llegaron los seldyúcidas, que prontamente impusieron su terrible energía guerrera sobre el antiguo califato, y los turcos pasaron de la situación de mercenarios a la de amos en muy poco tiempo. En 1060 la autoridad del seldyúcida Togulbreg era conocida en todo el califato, así también como en Egipto y otras regiones nates separadas. A partir de entonces y hasta 1157, su autoridad fué vigorosa y se manifestó sobre todo en la reanudación de la Guerra Santa, gracias a la cual arrebataron a los bizantinos toda el Asia Menor, para derrotarlos definitivamente en 1071.

La pérdida de algunos lugares estratégicos contribuyó a acelerar la declinación de los emiratos musulmanes, que constituyeron fácil presa para un conquistador de envergadura, Saladino, de origen kurdo, que se apoderó del Egipto usurpando el poder de quienes lo habían llamado para que los sirviera. En 1174 su autoridad se extendió por el Egipto, Siria, Mesopotamia y el Yemen y a él correspondió la misión de poner freno a la ofensiva cristiana en Oriente.

A su muerte, la dinastía de los ayúbidas, que Saladino fundó, dispersó nuevamente sus estados, formándose los emiratos de Egipto, Yemen y Mesopotamia, en tanto que la Siria se dividía en tres señoríos.

Una vez más, las condiciones eran favorables para un nuevo conquistador qiue saldría también del tronco mongólico (15).

La España musulmana

Es sin embargo, después de unos comienzos bastante penosos y bajo reserva de su desaparición a finales de la Edad Media, la España musulmana la que iba a convertirse en el país más importante de Occidente y uno de los más importantes de todo el mundo musulmán: en cierta medida un segundo polo de su civilización. Esto lo debió evidentemente a la mayor diversidad de su población y a sus recursos relativamente considerables.

La población de lo que en la literatura de entonces era conocido por al-Andalus que comprendia toda la España musulmana desbordando con mucho lo que hoy es Andalucía, estaba compuesta por árabes, establecidos sobre todo en las ciudades; por bereberes, por lo general campesinos en las zonas montañosas y por autóctonos, a los que hay que añadir los esclavos importados. Los autóctonos eran evidentemente los que componían la mayoría de la población no distinguiéndose entre ellos a los visigodos o suevos, conquistadores del siglo V, de los ibero-romanos con los que aquéllos se habían unido. Una gran parte de ellos se convirtió con rapidez: que entonces eran conocidos como muwallad, nacidos a menudo de matrimonios mixtos y que en el siglo X ya no se distinguían de los musulmanes de origen árabe puro.

No obstante, muchos en torno a la antigua metrópoli de Toledo, siguieron abrazando al cristianismo y viviendo en unas condiciones que indicaban una tolerancia mucho más marcada que en Oriente. Muchos de los españoles que seguían siendo cristianos eran biculturales y a éstos se los conocia con el nombre de mozárabes, cuyo papel de intermediarios culturales sería de gran importancia para la Europa.

Los judíos que maltratados por el régime visigodo habían acogido favorablemente la conquista árabe. Por lo que se refiere a los esclavos, los más importantes eran aquellos entre los que el gobierno reclutaba a una parte de sus agentes, de sus eunucos, de sus soldados, se trataba sobre todo de esclavos importados de Europa central por los judíos y del Adriático por los italianos., al menos mientras su conversión al cristianismo, en los alrededores del año 1000, no hiciese ese tráfico a través de los países cristianos imposible.

Esta civilización se caracteriza por tener una indudable personalidad y, a la vez, por la importancia fundamental que en ella tienen las referencias al Oriente. No hay duda que la agricultura, aún sin haber sufrido una revolución de su pasado romano, se benefició de la introducción de especies nuevas, del desarrollo de las obras de irrigación, de la clientela de las ciudades; datan principalmente, de la época musulmana las huertas andaluzas y las norias de los grandes ríos además de la originalidad de su literatura agronómica hispano-árabe. Eran famosas las minas de plata (había algo de oro), de plomo, de hierro, de estaño. de mercurio, así como algunas canteras de piedra noble y las pesquerías de coral y de ámbar. Las ciudades se engrandecieron, y entre ellas Córdoba, la nueva capital que reemplaza a Toledo, llegó a ser una auténtica metrópoli, afirmada por un palacio y una mezquita famosos, y donde una población heteroclita aprendió a combinar las modas orientales, traídas por especialistas tales como el famoso Ziryad, con las tradiciones y encantos de la vida Andaluz.

El comercio en gran escala trajo consigo el crecimiento de puertos como Almería, cerca de la cual llegó a crearse una extraña república de marinos, Pechina, que subsistió durante un tiempo.

A la cabeza de todo esto figuraba un soberano que hasta entrado el siglo X, tuvo el título de emir, comendador, que sin reconocer de hecho al Califato abbasí, evitaba proclamar la escisión de la comunidad y agudizar los posibles conflictos.

La debilidad interna y las discordias entre la dinastía Omeya y los hijos de al-Mansur hicieron que salieran a la luz todas las rivalidades entre regiones o entre grupos sociales. Esta división política no debía significar, más que en Oriente, un hundimiento de la vida cultural, sino sólo su dispersión, y así Sevilla, Granada, Valencia, etc., son nuevos centros de civilización que se añaden a la antigua Córdoba (16).

Panorama de la cultura hacia el siglo XII

El rasgo más característico es la presencia del trasmundo saturando toda concepción de la vida, toda la interpretación de la realidad, todo el problema de la conducta. Pero al mismo tiempo el trasmundo se manifestaba a los ojos por medio de los elementos fantásticos que creían descubrirse entreverados con la realidad. Leyendas musulmanas y sobre todo bretonas comenzaban a difundirse por el Occidente europeo, de las que se hablaba de cosas antes inauditas. No sólo se sospechaba de un mundo semimágico cosntruido sobre la vaga de Bagdad, Samarcanda y El Cairo.

En otro plano , el trasmundo constituía una realidad que era necesario definir con precisión y la teología consideraba que era ésa su misión primordial. Poco después del siglo XI comenzaron a sistematizarse los estudios en las universidades , en las que se estudiaba filosofía, teología, derecho, medicina y las siete artes liberales.

Gracias a este movimiento, cuyos centros fueron no sólo algunas ciudades de Oriente, sino también de España y del sur de Italia, diversas disciplinas renovaron sus raíces. Pero en el averroísmo, como en la difusión del conocimiento científico, se escondía una tendencia a señalar un doble camino para el conocimiento de la verdad: uno orientado por la naturaleza y otro orientado por la revelación.

Desde el siglo XII se opera en la arquitectura una transformación, que se cumple preferentemente en las provincias occidentales de Francia, gracias a la cual se alcanza el estilo ojival o gótico. Un sentimiento místico predominaba en la concepción de las vigorosas flechas de piedra eregidas hacia el cielo, como símbolo de la aspiración ultraterrena del hombre, pero no reflejaba menos su construcción un intenso sentimiento de orgullo y poderío ciudadano, visible a través de la riqueza invertida y del esfuerzo consagrado a construir un monumento insuperable y que testimoniará la gloria de cada ciudad (17).

La actividad filosófica-científica intelectualista había encontrado, su último refugio así como el momento de uno de sus más vivos estallidos, en España, en vísperas de su reintegración al Occidente cristiano. Es allí donde Ibn Tufayl expone en su novela filosófica “El vivo y el vigilante”, conocida en España como “El filósofo autodidacta” una especie de religión natural. Y aún más importante Averroes da a la luz los más avanzados desarrollos de la filosofía autónoma de tradición aristotélica que iba después de ellos a expanderse al Occidente cristiano. Astrónomos, médicos, botánicos, agronomistas, viajeros hacen aportaciones de conocimientos que servirán para inspiración posterior. Vivifican también el pensamiento judío, del que Maimónides, es el más grande y último de los filósofos según la tradición del judaísmo mediterráneo e intelectualista.

El Islam floreció además entre aquellos que estaban bajo dominio extranjero: para Roger II de Sicilia, a mediados del siglo XII, Idrisi compone una de las más famosas obras de la geografía medieval. Todo esto no excluye la literatura de fantasía, que es ilustrada, en España por el poeta vagabundo Ibn Guzmán bajo una forma popular.

En Oriente, donde la producción cultural sigue siendo masiva cuantitativamente, la filosofía, después de Gazali no vuelve a tener ningún representante propio, pero el pensamiento místico sería presentado en Irán y además en persa.

Fué igualmente en persa como la poesía dio a conocer sus obras más bellas: el matemático y poeta Umar Jayyam es universalmente conocido por sus cuartetos, de un pesimismo ateo pero delicado y Nizami fue el autor de vastos poemas de una exquisita sensibilidad y de un estilo muy noble.

Pero sin duda el más grande historiador árabe de este período, fué Ibn al-Atir que sorprende por la extraordinaria extensión y valor de su información sobre todas las partes del mundo musulmán así como la gran claridad y la inteligencia de la exposición. La floración artística no fué inferior a la de las letras. En Occidente, la robustez y la gracia unidas caraterizan a la arquitectura almohade, tanto en el caso, por ejemplo, de la mezquita Kutubyya de Marrakech como en el de Alcázar y la torre de la Giralda de Sevilla.

En el terreno religioso se ha dedicado un especial interés al estudio de la espléndida mezquita de Ispahan, dotada por cuatro vestíbulo (iwans) monumentales a los lados del patio, de un quiosco interior reservado al sultán, con un balcón calado para la llamada del almuedano. Un nuevo tipo de construcción, la madrasa, con sus aulas y alojamientos.

La arquitectura militar es menos conocida, pero también importante en países que se cubren de fortalezas completando las épocas anteriores. se conoce bien en Siria, la ciudadela ayyubí de Alepo y en Egipto la del El Cairo. Estudiándose las influencias mutuas entre los cruzados y los musulmanes.

Las artes llamadas menores estabán también en pleno progreso. Y no puede faltar la mención de la industria del cobre. Los turcomanos no siempre fueron vecinos fáciles. Pero ya vemos hasta qué punto sería injusto dar un carácter destructivo al conjunto del período turco, rico, por el contrario en múltiples y diversas creaciones (18).

NOTAS:

13. Romero, J. L.: La Edad Media. Breviarios, 1994, Fondo de Cultura Económica. México, D.F., vol. 12, capítulo II, p. 45-52.

14. Fossier, R.: La Edad Media, el despertar de Europa 950-1250. Editorial Crítica. Barcelona, España., vol. II, capítulo 8, p. 307-336.

15. Romero, J. L., op. cit., p. 53-58.

16. Cahen, C.: El Islam; desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano. Editores Siglo XXI. México. D.F.,1992. vol. 14, capítulo 11. p. 222-225.

17. Romero, J. L., op. cit., p. 152-179.

18. Cahen, C., op. cit., p. 298-302.