Un Tzadik con justicia y misericordia

La perashah Vaiesheb relata un episodio que pareciera romper la historia inicial. Iehudah toma por mujer a la hija de Shua’. Tiene tres hijos: ‘Er, Onan y Shelah.
‘Er, el primogénito, se casa con Tamar. Muere sin darle hijos. El compromiso para dejar descendencia a su hermano pasa a Onan. Sabiendo que el linaje no sería suyo, eyaculaba en tierra al tener intimidad con Tamar. A HaShem le parece mal su conducta y le causa la muerte.
Aún sin hijos, la tarea pasa a manos de Shelah. Con el temor de que este también muriera, Iehuda le dice a Tamar que espere a que crezca para casarse con él.

Al paso de muchos días la esposa de Iehudah muere. Tras su consuelo sube a Timnah con sus trasquiladores. La noticia llega a Tamar quien vivía con sus padres. Se quita los vestidos de viudez y se cubre. Va y se sienta junto al camino de Timnah. Pues Shelah había crecido y no los presentaron para casarse.
Iehuda no la reconoce. La toma por prostituta y quiere estar con ella. Como pago le enviaría un cabrito. Tamar le pide en garantía su anillo, manto y bordón.
Al momento de enviar el pago y recoger sus cosas, Iehudah no encuentra a la mujer y lo deja así.
Ahora, presta atención al desenlace de esta historia:
Bereshit [Gn] 38:24-26 Y acaeció que al cabo de unos tres meses fue dado aviso a Iehudah, diciendo: Tamar tu nuera ha fornicado, y aun cierto está encinta de las fornicaciones. Y Iehudah dijo: Saquenla y sea quemada. Y ella cuando la sacaban, envió a decir a su suegro: Del varón cuyas son estas cosas, estoy encinta; y dijo más: Conoce ahora cuyas son estas cosas, el anillo, y el manto, y el bordón. Entonces Iehudah lo conoció, y dijo: Más recta es que yo, por cuanto no le he dado a Shelah mi hijo. Y nunca más la conoció.

Ojo con lo que dice Iehudah: “Más recta es que yo”. ¿Por qué lo dice? ¿Iehudah era un hombre recto?
Rab Ávila enseña las características de un Tzadic. Una de ellas es hacer justicia: Iejezqel [Ez] 18:5 Y el hombre que fuere recto, e hiciere según el derecho y la justicia.

Se llevaba a cabo un juicio. Tamar hizo algo incorrecto, tenía que recibir una consecuencia. En este caso la muerte.
La tradición del pueblo enseña que Iehudah era parte de los Jueces [Shoftim]. Entonces sí. Iehudah era un hombre recto. Estaba aplicando y ejerciendo justicia.

¿Que quiero transmitirte con esto?
Primero. Suele ser fácil pedir o querer hacer justicia cuando se arremete contra mí o es algo mío. Y qué pasa si estoy del otro lado de la moneda. ¿Espero con las mismas ansias que se haga justicia? ¿O apelo misericordia?
Tamar muestra los objetos que sirven para identificar al hombre que la embarazó. Iehudah reconoce lo que hizo. Bien pudo dejarlo pasar. Nadie más sabía que las cosas eran suyas. Pero si él no hizo lo justo y correcto. ¿Por qué lo pediría para con Tamar?

Segundo. La justicia es importante. Pero hay momentos en que la misericordia debe ocupar su lugar.
Ia’acob [Snt] 2:13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia se gloría contra el juicio.
Hay que tener conciencia. Si pido estricta justicia para alguien, debo estar preparado. La justicia llegará a mi vida también.
Y no se debe llegar a pensar: “Como no quiero que se haga justicia conmigo, no pediré ni haré justicia”.

Citando a Rab Ávila: “La rectitud tiene una línea delgada con respecto al legalismo o la crítica; incluso con la falta de misericordia. No te olvides de no ser estrictamente recto”.
Cohelet [Ecl] 7:16 No seas demasiado recto, ni seas sabio en exceso. ¿Por qué has de destruirte?
Recuerda: “No hay a justicia sin misericordia”. Este principio lo recalcó el Maran haMashiaj: Matitiahu [Mt] 23:23 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezman la menta y el eneldo y el comino, y omiten lo más importante de la Torah; la justicia, y la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer lo otro.

Para concluir e hilar el segundo punto, permíteme relatar un cuento que escuché hace unos años por Jorge Bucay.
Había una princesa. Hija única de un rey ya anciano. Estaba ya en edad de merecer. La princesa era hermosa, sabia e inteligente. O al menos eso se rumoreaba.
Naturalmente, muchos hombres anhelaban tomarla por esposa. Ella se había encargado de rechazarlos a todos.
El Rey su padre, estaba muy preocupado. No quería abandonar este mundo con su hija soltera y sin descendencia. Por lo que la presionaba e insistía en que eligiera un marido. Tenía que haber alguien que fuera digno de ella en el reino.
Un día, la princesa, bajo tanta presión decidió hacer una prueba. Le dijo a su padre que haría lo siguiente: “Hoy es 31 de diciembre. Anuncia en todo el reino. Aquel que quiera pedir mi mano, está invitado a venir fuera de la muralla que rodea el palacio mañana 1o de enero. Aquel que aguante, por virtud de su amor y la intensidad de su anhelo de hacerme suya, permanecer un año entero, sin alejarse en ningún momento de la muralla del palacio, a ese me voy a entregar y seré su esposa”.

El padre sintió que era un disparate y un desatino. Lo más razonable era no autorizar algo así. No obstante, tal era su anhelo de que su hija tomara un marido, construyera un hogar y diera un futuro a la familia real, que aceptó las condiciones que su hija había puesto.

Se anunció ese mismo día en todo el reino. Todo quien deseara ser candidato a tomar a la princesa por esposa, debía presentarse al día siguiente junto a la muralla del palacio. Y quien lograra permanecer por un año entero, sería el merecedor del gran premio y tomaría a la princesa por esposa.

No hace falta decir que al siguiente día, llegaron por millares hombres de diversas edades. La mayoría de ellos jóvenes. Todos colmados de equipamiento se agolparon en la muralla que rodea el palacio. Todos con el deseo de tomar a la princesa. Tener para sí toda esa belleza, inteligencia, riqueza y también poder.

Siendo primero de enero, el invierno aún estaba en el reino. Hizo mucho frío esa noche. Un poco de lluvia y un viento helado vino sobre todos aquellos hombres.
Para la mañana siguiente desertaron algunos. Al cabo de una semana, cerca de la mitad se había ido. Se dieron cuenta de que no era para ellos. No iban a ser capaces de resistir un año en esas condiciones. Ni siquiera siendo el premio la princesa.
Siguió pasando el tiempo. Cuando se vino el punto más álgido del invierno, cayó nieve y vientos realmente fuertes. Hubo tempestades y tormentas eléctricas. La mitad de la mitad que quedaba también desertaron. Se fueron a sus hogares.

Los que quedaron, llegaron hasta la primavera. Entonces todo se empezó a llenar de moscas y mosquitos. Comenzó a hacer calor.
El verano se acercó rápidamente. El calor les hacía hervir los sesos. Era insoportable estar ahí. Poco a poco, muchos más fueron abandonando su lugar al lado de la muralla del palacio.

Pasó la primavera y pasó el verano. De vez en cuando la gente les traía de comer y beber. Pero los hombres no abandonaban su lugar.
Con la llegada del otoño se profetizaba un invierno duro. Empezó a hacer frío otra vez. Llovía sobre los cuerpos cansados de todos los jóvenes junto a la muralla. Algunos sintieron que ya no podía y abandonaron.

Inició de vuelta el mes diciembre. Con él llegaron lluvias y fríos más fuertes. Uno a uno, los que iban quedando sintieron que era demasiado para ellos. Ya no podía. Se iban cabizbajos, enfermos y débiles hacia sus casas.
Allá por el veintitantos de diciembre, quedaba un solo muchacho de todos los miles que empezaron la travesía. Un solo que muchacho que a la verdad, siempre había estado enamorado de la princesa. Siempre la había querido para sí. Siempre había anhelado que fuera su mujer. Nunca había abrigado la esperanza de que eso en verdad ocurriera. Hasta que hace casi un año la princesa lanzó este desafío. Él no dudó ni un solo instante. Fue y se paró a un lado de la muralla. El amor que ardía en su pecho lo sostenía.

La princesa supo que quedaba uno solo. Se dedicó a espiarlo detrás de las persianas de palacio. Incluso una vez se disfrazó de campesina. Cubrió su rostro, fue y le llevó algo rico de comer y beber.
Siguieron pasando los días. El invierno era muy duro. El muchacho soportaba con valentía los embates del clima. Tal era su amor por la princesa.

Un día el rey, sabiendo que quedaba un solo muchacho. Cuaya porfía y amor lo mantenía allí, llamó a uno de sus sirvientes. Lo envió a comunicarle al muchacho que ya sabía de él. Y que el primero de enero por la mañana, ni bien el desafío hubiera culminado, le esperaba en palacio para conversar con él.

Pasaron los últimos días. La gente de lejos se quedaba observando con admiración a este muchacho que tenía su puesto al lado de la muralla.
Llegó entonces el 31 de diciembre. Está culminando el día, comienza la noche. Han pasado ya 365 días y 364 noches.
Había gran ansiedad. El rey, la princesa y la gente están en gran expectativa para la mañana siguiente.

De pronto, en medio de la noche, el muchacho que está parado al lado de la muralla; muy, muy lentamente comienza a alejarse. Camina en dirección a su casa.
Llegando, su madre no puede creer lo que ven sus ojos. Lo saluda y le dice: “Hijo mío. ¿Qué has hecho? Estuviste un año entero allí. 365 días y 364 noches. Faltaban apenas unas pocas horas. Ibas a poder reclamar legítimamente a la princesa que tanto amaste toda tu vida. ¿Qué te hizo abandonar justo ahora”.

El muchacho respondió: “Madre. Por amor estuve ahí todo este largo año. En estos últimos días me enteré de que la princesa ya sabía que restaba solamente yo. Era el único candidato. Era obvio que sería su marido.
El clima fuera era terrible. Había rayos, nieve y lluvias espantosas. Vientos que amenazaban llevarme con ellos y horriblemente fríos.
La princesa ya sabía que yo era su único candidato. La princesa pudo haber tenido compasión de mí y haberme aliviado la prueba. Haberme liberado de llegar hasta el primero de enero. Era el único que lo había logrado. Ella sería para mí y yo sería para ella. Y vaya que demostrados estaban mi amor y mi entereza.
Pero madre… Ella no tuvo compasión de mí. Pudo aliviar mi sufrimiento y no lo hizo. Y alguien que puede aliviar tu sufrimiento y no lo hace… ¡No te merece! ¿Verdad mamá?”
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Justicia pero también Misericordia. Dos cualidades que debieran reflejarse en la vida de un Tzadic.

¡HaShem te bendiga!

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